Por: Staff Solvento
A punto de desprenderse de una de sus compañías - Transportes Valle Hermanos - para dejarla bajo el mando de su sobrino, tiene en mente un objetivo logístico ambicioso: ayudar al 85% de los transportistas mexicanos, también llamados hombres-camión. Ellos personifican a una industria desarticulada, que padece problemas de todo tipo. Pero Solórzano Sánchez es optimista: cree que tiene la llave para tender puentes entre los sectores y que se avecina una “época de oro”, como él mismo la llama, en la industria del transporte mexicano.
Sorprende entonces que alguien con esa gran idea entre manos —y por la que ya está trabajando— no provenga del corazón de la industria, que su padre y su abuelo no hayan sido transportistas como es común que suceda y, más aún, que haya pasado unos cuantos años en el sector informático trabajando nada menos que para L’oreal, en París.
“En realidad tengo relación con el transporte desde siempre, porque empecé a trabajar muy joven, casi un niño, en una empresa de transporte como ayudante. Y desde ese momento ya sabía que iba a ser transportista. Hasta que finalmente elegí el camino de sistemas, pero siempre me quedó la cosquilla de que quería tener camiones. Y eso nació cuando conocí al dueño de esa empresa en la que yo trabajé de pequeño, que se convirtió en uno de mis de mis ídolos. Yo quería ser como él”
-Relata sobre sus primeros años, antes de viajar a Francia.
El tiempo trabajando en la empresa de cosméticos y belleza lo ayudaron para darse cuenta que lo que más quería era regresar a su primer amor. Con la decisión tomada dejó Francia, regresó a México, compró una camioneta y se reunió con el dueño de la empresa para la que había trabajado años atrás.
“Él me dijo que no había mejor manera de comenzar que haciendo un primer viaje. Que no tenía que parecerme a aquellos transportistas que compran un camión para que lo maneje otro. Me explicó que la única forma de saber cómo funciona la industria era subiéndome en un camión y observar desde allí. Y tenía razón”, recuerda Solórzano Sánchez.
Y aunque ese primer viaje estuvo más cerca de la pesadilla que del sueño, sigue convencido de que hizo lo que hacía falta hacer: “Era una camioneta nueva, recién sacada de la agencia, y en mi primer viaje me quedé tirado en la Sierra de Tamaulipas toda la madrugada. Estaba tan oscuro que no podía ver hasta donde llegaba mi mano”.
Mojado, con frío y sin dormir, en un lugar inhóspito y sin saber cómo regresar a su hogar, fue donde declaró su necedad al confirmar que iba a dedicar su vida al transporte. Esa fue su entrada al negocio.
No pasó mucho tiempo hasta que relaciones, amigos y contactos lo involucraron con el mundo del transporte y se dio cuenta que podría convertirse en una especie de broker. Aunque ya tenía un pie en la industria, todo lo que ganó durante ese periodo, lo guardó para cumplir su verdadero objetivo: comprarse su primer camión.
“Cuando comencé me tocó la época del salinato (1988-1994). Se habían abierto las concesiones, había demasiada competencia y los precios se fueron al piso. Sin quererlo, eso destruyó la industria del transporte. El hecho de que hoy el 85% de los transportistas sean hombres camión refleja que la industria está destruida, debido a que casi no hay empresas profesionales”, detalla.
Pero después de unos cuantos golpes, de varias pérdidas, de que no le pagaran paguen o le pagaran lo que quisieran, Solórzano aprendió a ver la película completa. Pasó del único camión que tenía en ese momento, a tener en la actualidad 10 unidades propias de tráilers, 20 remolques y administrar otros 50. En el medio, trabajó mucho, amó la carretera y la conoció como si fuera su casa. Entabló lazos con cientos de transportistas, hizo amigos, y tuvo problemas para que su familia aceptara el ritmo de un ambiente que, muchas veces, anda a contramano del resto del mundo.
Ahora, con 47 años, optó por la logística; por un trabajo más ejecutivo y mental: “He pisado los dos mundos. Tengo y he tenido el sentimiento del transportista, y tengo y he tenido el sentimiento del gran cliente y del ejecutivo que quiere que le resuelvan las cosas. Eso me da una mirada muy curiosa del negocio”.
“El principal problema del transporte en México -explica entusiasmado, porque parece saber la forma de resolverlo- es la falta de operadores. Formar un operador lleva tres años hasta poder sacarlo a la carretera. A veces lo empiezas a formar y te lo roba la línea de al lado o se lo llevan a Estados Unidos, porque allí un operador promedio gana 100.000 pesos y aquí a veces no llega a los 40.000”.
Lo que busca, así, es tender un puente entre dos mundos: el del operador, que no tiene más que su camión y así mismo, y tiene una urgencia por el dinero; y al del gran ejecutivo o a los embarcadores, que necesitan mover sus productos: “Pero hay una diferencia. Como hay falta de operadores, el producto por excelencia de nuestra industria es el hombre-camión. Entonces hay que ver cómo fabricamos más. Hay que meterle más creatividad, más ideas y más condiciones”, asegura.
En el plan de Solórzano, Solvento juega nada menos que el rol del diésel, fundamental para operar, debido a que el dinero —o el financiamiento— es hoy es arma más poderosa que poseen para agremiar operadores: “Poder pagarle de inmediato a alguien por un trabajo que vas a cobrar a lo mejoren un promedio de 30 días, tal vez 60, es la diferencia”.
“Tenemos una mezcla de sentimientos y de conocimientos sobre esta industria, y sobre lo que sucede aquí. Tanto abajo como arriba del camión. Y por eso quiero que el pago sea justo y que la empresa tenga márgenes razonables de ganancias. Y todo con un espíritu real de ayudar al transportista. Por eso ya hay una sinergia muy bonita y muy armónica. Porque yo entiendo que Solvento tiene en su espíritu ayudar al transportista y la filosofía de este esquema de negocio es la misma”, concluye.